...¿A QUIÉN NO PODRÁS AMAR? SI SÓLO HAY UN HOMBRE,
SI SÓLO HAY UNA MUJER, SI SÓLO HAY UN MUNDO...
DANIEL MACÍAS.

sábado, 21 de agosto de 2010

PHILIP LARKIN










LOS VIEJOS BOBOS

¿Qué creerán que ha pasado, los viejos bobos,
para que estén así? ¿Supondrán quizá que en cierto modo uno
es más maduro cuando le cuelga la quijada, y se babea,
y se mea a cada rato, y no recuerda
quién llamó por la mañana? ¿O que, si lo quisieran,
podrían volver a la noche que bailaron hasta la madrugada,
o al día de su boda, o a un septiembre de brazos enlazados?
¿O se imaginarán que en realidad nada cambió
y siempre se comportaron como inválidos o paralíticos,
o pasaron los día en un continuo, sutil sueño, mirando el flujo
de la luz. Si no lo creen (y si no pueden), qué raro es:
                 ¿por qué no gritan?

Al morir uno se rompe: los pedazos que uno era
empiezan a dispersarse velozmente para siempre,
sin testigos. Cierto, es tan sólo olvido: antes
ya lo  conocimos. Pero entonces era pasajero
y continuamente se fundía con el afán inigualable
de que se abriera la flor de innumerables pétalos
del estar aquí. La próxima vez no vamos a poder fingir
no haber oído quién, no saber cómo; la capacidad
de elegir, perdida. El aspecto los delata:
manos de sapo, pelo ceniciento, cara de pasa...
                  ¿cómo pueden ignorarlo?

Quizá ser viejo sea tener cuartos iluminados
en la cabeza, y dentro gente actuando.
Gente conocida, pero sin nombre cierto; cada persona alzándose
como un pérdida devuelta, asomándose por puertas familiares,
girando una lámpara, sonriendo en la escalera, tomando
del estante un libro conocido; o a veces solamente
los cuartos mismos, sillas y fuego en el hogar,
la mata agitada en la ventana, o la amistad
tenue del sol en la pared, cuando cesa la lluvia,
en una solitaria tarde de verano. Allí viven:
no aquí y ahora, sino donde todo sucedió una vez.
                 Por eso dan una sensación

de confundida ausencia, porque aunque intenten
estar allí, aquí se quedan. Pues los cuartos se alejan
dejando un frío incompetente, el gasto continuo
de tomar aliento, y ellos, encogidos, al pie de la montaña
de la extinción, los viejos bobos, sin advertir
cuán cerca está. Quizá por eso están tranquilos:
para ellos, el pico que siempre tenemos todos a la vista
ya es tierra elevada. ¿Acaso no vislumbran nunca
qué los demora, y cómo acabará? ¿Ni por la noche?
¿Ni cuando llega gente extraña? ¿Ni una vez siquiera
en toda la odiosa inversión de la niñez? Bien,
                    ya lo descubriremos.


PHILIP LARKIN.      VENTANAS ALTAS.    TRADUCCIÓN DE MARCELO COHEN.     ED. LUMEN

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