...¿A QUIÉN NO PODRÁS AMAR? SI SÓLO HAY UN HOMBRE,
SI SÓLO HAY UNA MUJER, SI SÓLO HAY UN MUNDO...
DANIEL MACÍAS.

martes, 5 de octubre de 2010

MÁS MIGUEL ÁNGEL VELASCO. MÁS Y MÁS



MUCHACHA EN EL ANDÉN

Sucede que dejamos de amar a una mujer,
y asestamos el golpe, ese puñal
que la vida nos tiende.
No es preciso aprenderlo:
el gesto lo sabemos de memoria.
Y no hay contradicción en que, aun haciéndolo
sin flaquear, sabiendo que no puede
ser de otro modo, porque así lo manda
la ley seca del tiempo, 
no vaya uno a sentirse mientras tanto 
un perro. Sin embargo
ni siquiera las lágrimas acuden,
será porque sin duda el tiempo enseña
a guardar una extraña compostura.
No hay culpables, pensamos, buscando convencernos,
la vida nos arrastra a su traición;
acaso la vez próxima me toque
a mí sentir el hierro.
Y allí se queda ella,
un saúco menudo en el andén, 
un pétalo mojado contra el cielo
de cemento y de plomo;
el brazo a medio alzar,
ondeando su mano
como una mariposa entre dos trenes.


Quién sabe si el infierno
no habrá de ser un día un sucio andén
y una muchacha pura que nos mira, 
que nos mira sin tiempo.


                 ***




LA VISITA


Pude haberme quedado un poco más
pero ese día
-el calor, el cansancio
de tantas tardes de hospital, la atmósfera
desolada de aquella habitación- abrevié la visita,
y me marché a un burdel: la carne busca
afirmarse al contacto de la ruina.
Me privé de ese modo
de un rato más contigo;
quién me lo iba a decir, a una semana
tan sólo de tu muerte.
Quién sabe si esa tarde
me habrías dicho algo necesario,
esa palabra acaso,
largo tiempo guardada, que ilumina
alguna zona oscura,
la que después en la memoria alienta
como un terso legado. Sin embargo
nos privé de esa hora.
Y en el burdel no me gustó ninguna.


                  ***


LA FOTO


Hoy te cuesta mirarla,
verte ahí entre los dos, padre y abuelo,
bien plantado y erguido, rodeándolos
con los brazos: al uno,
cetrino, con aspecto fatigado;
el otro ya un anciano, mas con aire
todavía animoso.
Abarcándolos a ambos, con el gesto
del que cediese el paso,
del que frente a una puerta les dijese:
no faltaría más,
vosotros por delante.
Casi parece como si, con una 
presión imperceptible, los hundieras,
los hundieras despacio.
Al abrazo le falta
esa delicadeza necesaria
para ceñirte a ellos,
para agacharte algo,
para ser más con ambos una sola
carne bregada por la misma mano.


Pero no, aún era pronto
para saber el tacto,
para saber toda la derrota
de que es capaz un cuero.
Y así, enarcas las cejas,
miras al frente con mirada dura,
esbozas tu sonrisa lastimosa
de muchacho seguro. Y en tu traza
se yergue la jactancia del guerrero
que ensancha ufano el pecho y abarca,
uno de cada lado, con un aire
extraño de trofeos.

LA MIRADA SIN DUEÑO (ANTOLOGÍA)  RENACIMIENTO

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