...¿A QUIÉN NO PODRÁS AMAR? SI SÓLO HAY UN HOMBRE,
SI SÓLO HAY UNA MUJER, SI SÓLO HAY UN MUNDO...
DANIEL MACÍAS.

jueves, 26 de diciembre de 2013

NACHO OTERO - PERDIDOS EN LA BATALLA

EL ALMA DE LA FIESTA

Alguien me dijo un día: "tu epitafio
perfecto sería éste:
         Nunca llegó el primero
y siempre se quedaba hasta el final".

No mentía mi amigo, exageraba
un poco nada más: es mi costumbre
retrasarme en las citas y jamás replegarme 
hasta que toda acaba (y ni aun entonces).

Ya en el colegio intentaba apurar,
más allá de razones y castigos,
el tiempo generoso del recreo
y había de correr después a clase
–la lengua fuera, las mejillas rojas,
retumbos en el pecho...–,adonde entraba
con asco invariable.

Y en casa no quería 
irme nunca a la cama (y eso que lo ignoraba
yo todo por entonces de gintonics,
cigarros, sexo y música, los cuatro 
custodios de las cuatro 
esquinas de mis noches del futuro).

Uno de mis mayores,
en tono de reproche, sentenció:
"Este niño es el alma de la fiesta",
y mi reputación quedó asentada;
reputación que luego
no hizo sino aumentar, andando el tiempo
de nuestra adolescencia y juventud.

Acodado en las barras o en cocinas
de las casas de amigos, ahormado con la noche,
allegando sonrisas, risas, vasos,
fumando sin parar, bailando a veces,
nunca siendo el primero pero siempre
quedándome hasta el fin y postergándolo
–tomémonos la última, la última,
te juro que es la última...–,
me hice cargo del cargo
oficial de juerguista que no sabe
retirarse a su hora, que aguanta lo que sea
con tal de que no mueran los momentos,
aunque los ve morir uno tras otro.

Un tipo divertido, con los años
ya menos divertido que pelmazo
y hasta  un punto inquietante: ¿es que no entiendes
que no puedes vivir de esta manera,
que las fiestas se acaban y la gente 
está queriendo irse?

No protesto, pues me he ganado a pulso
mi fama, pero digo:
lo entiendo, sí, lo entiendo,
lo he entendido hace mucho y es por eso.

El alma de la fiesta. En esas cinco
palabras se resume
tal vez cuanto de bueno
y malo hay en mi vida,
la dicha de que soy y fui capaz,
también la maldición que me acompaña:

la búsqueda perpetua y sin horario
de ese algo más que es todo y no es nada,
que existe pero escapa,
más veloz que el deseo, hacia otra parte.

Y yo le voy detrás, hasta esa tumba
donde por una vez seré el primero
y ya habré de quedarme hasta el final.


Nacho Otero
Perdidos en la batalla
Bartleby Editores

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