...¿A QUIÉN NO PODRÁS AMAR? SI SÓLO HAY UN HOMBRE,
SI SÓLO HAY UNA MUJER, SI SÓLO HAY UN MUNDO...
DANIEL MACÍAS.

domingo, 30 de marzo de 2014

ELLA PIDE PERDÓN POR SUS BLASFEMIAS Y NOSOTROS NO NOS INMOLAMOS EN LAS PLAZAS ¿NO TENEMOS VERGÜENZA?


Yo nací muda
no viví guerras ni catástrofes
y mis manos no han tocado
los huesos tristes de los muertos.

Todo cuanto sé
habita el vacío
que cubre la distancia de las cosas
pues sólo conozco la violencia de las flores
la lava fría y soterrada del lenguaje.

Soy ceniza en el viento abrasado que no soy
mi voz es yema del poema
espacio intermedio entre la palabra y yo
sin vocación de fuego
sin cualidad de nada.

Cómo explicarle a mis manos
que nunca curarán la carne de los hombres

cómo decirles que el único elemento
que les es propio
es sólo magma de la nada
eje del aire
que nada salva.

             *****

Nadie nunca me enseñó a llorar
        y sin embargo parece que el llanto me perteneciera.
        que mi cuerpo fuera el único epílogo posible.

Es cierto 
he visto pájaros incendiados
sobrevolarme en círculos
y he llorado,
círculos concéntricos de luz
y he llorado,
sin oficio ni escuela
ni técnica
ni pretensión alguna.

Cómo aceptar entonces esta estúpida vocación de llanto
este oscuro animal que me nace y me grita y me exige
si aún no he sentido la sangre de otro
agitarse entre mis dedos
las manos desplegadas de los muertos
las madres ardiendo
los proyectiles.

No hay excusa
sólo queda el artificio
la farsa
un harapo sobre otro harapo
algo intermedio entre la sed y mi cuerpo:
oscuros animales ardiendo sobre la luz

y yo, agitando las cuerdas con desmayo
extrayendo sangre de su roce con el viento para que
he aquí de nuevo el llanto
he aquí de nuevo el triste e insípido llanto
de quien nace para narrar el dolor
sin tener dolor que narrar
                                    blasfemia.

               *****

Temo la herida abierta
la palabra abierta la culpa
temo como me enseñaron a temer: con todo el cuerpo
sin descanso
y ni siquiera el canto basta para limpiar la carcoma
el egoísmo
la caída vertical sobre los hombros
la noche abierta ardiendo en su fulgor.

No hay incendios en mis calles
y sin embargo, yo, mujer de plagas y edificios,
conozco la calma de las bombas
la falsa piedad del hombre armado de memoria.

Veinticuatro animales asoman temerosos de mis manos
ofrecen mi cuerpo en dócil sacrificio
abren la ruina en oscura confesión
y es en la apertura, en la hiriente locura de la entrega,
cuando el débil andamiaje de mis ramas cae
y toda palabra es terco pavor enmudecido.

Yo no canto a la flaqueza
ni al aire despejado de la huida
pero es el refugio de mis huesos este silencio sin carne
este cadáver insistente
que yace detrás de la luz.

Ante la memoria del hombre
nada poseo nada me pertenece
si acaso el silencio la llaga
la honda precipitación en la vergüenza.

            *****

Bárbara Butragueño
Incendiario
POLIBEA




viernes, 21 de marzo de 2014

JUAN IGNACIO GONZÁLEZ - ANTÍGONA EN OTOÑO



ANTÍGONA EN OTOÑO

Para cuando regreses,
                                     tendré los labios secos,
la hiedra de la espera enredada en la piel,
encendida la hoguera
que mitigó las nieves del olvido,
y saldré a recibirte hasta el sendero
con la bandera blanca de las claudicaciones
desplegada en los ojos.

Igual que surge el miedo por detrás de los álamos,
el corazón del hombre y la raíz del llanto
se agitan con tu ausencia,
                                          y muere cada noche
Hemón enamorado sobre el cuerpo de Antígona.

Y si no vuelves quiero,
abrir surcos de amor sobre los campos yermos
y anegarlos de lluvia.
Ser tierra,
                solo tierra,
y que cubran las huellas terribles de tu ausencia
las nieblas de este otoño.

O tal vez, si no vuelves,
                                      dejar escrito el verso
para que el tiempo juzgue,
si el viento y tú sois parte de una historia,
o la tormenta es solo su presagio.

Juan Ignacio González
El cuaderno de Ceniza (Heracles y nosotros. Gijón 2014)

domingo, 16 de marzo de 2014

ANTONIO GAMONEDA - LÁPIDAS - POEMAS



Desde los balcones, sobre el portal oscuro, yo miraba con el rostro pegado a las barras frías; oculto tras las begonias, espiaba el movimiento de hombres cenceños. Algunos tenían las mejillas labradas por el grisú, dibujadas con terribles tramas azules; otros cantaban acunando una orfandad oculta. Eran hombres lentos, exasperados por la prohibición y el olor de la muerte.

(Mi madre, con los ojos muy abiertos, temerosa del crujido de las tarimas bajo sus pies, se acercó a mi espalda y, con violencia silenciosa, me retrajo hacia el interior de las habitaciones. Puso el dedo índice de la mano derecha sobre sus labios y cerró las hojas del balcón lentamente.)

                                                            *****

Sucedían cuerdas de prisioneros; hombres cargados de silencio y mantas. En aquel lado del Bernesga los contemplaban con amistad y miedo. Una mujer, agotada y hermosa, se acercaba con un serillo de naranjas; cada vez, la última naranja le quemaba las manos: siempre había más presos que naranjas.

Cruzaban bajo mis balcones y yo bajaba hasta los hierros cuyo frío no cesará en mi rostro. En largas cintas eran llevados a los puentes y ellos sentían la humedad del río antes de entrar en la tiniebla de San Marcos, en los tristes depósitos de mi ciudad avergonzada.

                                                             *****

Eran días atravesados por los símbolos. Tuve un cordero negro. He olvidado su mirada y su nombre.

Al concluir cerca de mi casa, las sebes definían sendas que, entrecruzándose sin conducir a ninguna parte, cerraban minúsculos praderíos a los que yo acudía con mi cordero. Jugaba a extraviarme en el pequeño laberinto, pero sólo hasta que el silencio hacía brotar el temor como una gusanera dentro de mi vientre. Sucedía una y otra vez; yo sabía que el miedo iba a entrar en mí, pero yo iba a las praderas.

Finalmente, el cordero fue enviado a la carnicería, y yo aprendí que quienes me amaban también podían decidir sobre la administración de la muerte.

                                                             *****

Antonio Gamoneda
Lápidas
Ed. Abada



miércoles, 12 de marzo de 2014

PAULA ENSENYAT - LAS MANOS DE MI PADRE - POEMA




Mientras vareamos las almendras,
todos tenemos calor,
pero yo siento cómo el sol se va adentrando en mi cabeza
trato de buscar un poco de aire desprendido de alguna rama,

no lo hay.

Tan solo puedo ver las manos de mi padre
sujetando su vara de madera maciza
y siento más calor
y una sed insaciable que me devora por dentro.
Mi padre suelta la vara
y sus manos desaparecen de mi vista;
puedo sentirlas sobre mi rostro
mientras pronuncia mi nombre
y trato con todas mis fuerzas
de abrir los ojos para verlas de nuevo.

Ahí están:

esas manos fuertes,

miniatura de lo que fueron,

intento ver debilidad en ellas,

no la encuentro.




lunes, 10 de marzo de 2014

T. S. NORIO - DE LA POESÍA



SOBRE LA PERFECCIÓN (UN POEMA DANÉS)

Cada vez que voy a escribir el poema perfecto,
y es algo que intento una y otra vez,
la mano se me pone a temblar y me ataca el reumatismo
y la estilográfica echa borrones.

Y cuando estoy tranquilo y se ha aplacado el reumatismo
y mi estilográfica escribe persistentemente,
es mi mujer la que entra cada dos minutos 
a preguntar si he terminado ese poema.

Y cuando por fin logro redimirlo
a través de dolores y zozobras,
falta ese temblor, ese reumatismo y esos borrones
que tiene lo perfecto, si es que existe.


Halfdan Rasmussen 
Poesía nórdica.
      
                  *****
                  

UN POEMA MISKITO (NICARAGUA)

Muchacha, estoy triste por ti.
Recuerdo el olor de tu piel.
Quisiera recostar mi cabeza en tu regazo,
oyendo únicamente el ruido del mar.
El oleaje revienta mar afuera:
pero no oigo tu voz.


Antología de poesía primitiva. 
Alianza, 

                 *****

T. S. Norio
De la poesía
Cambalache. Libros de la herida


viernes, 7 de marzo de 2014

ANTONIO GAMONEDA - BLUES DEL AMO - DESPUÉS DEL ACCIDENTE



BLUES DEL AMO

Va a hacer diecinueve años
que trabajo para un amo.
Hace diecinueve años que me da la comida
y todavía no he visto su rostro.

No he visto al amo en diecinueve años
pero todos los días yo me miro a mí mismo
y ya voy sabiendo poco a poco
cómo es el rostro del amo.

Va a hacer diecinueve años 
que salgo de mi casa y hace frío
y luego entro en la suya y me pone una luz
amarilla encima de la cabeza
y todo el día escribo dieciséis
y mil y dos y ya no puedo más
y luego salgo al aire y es de noche
y vuelvo a casa y no puedo vivir.

Cuando vea a mi amo le preguntaré
lo que son mil y dieciséis
y por qué me pone una luz encima de la cabeza.

Cuando esté un día delante de mi amo,
veré su rostro, miraré en su rostro
hasta borrarlo de él y de mí mismo.

                    *****

DESPUÉS DEL ACCIDENTE

Cuando levantaron aquel hierro amarillo,
se vio la cosa reventada: dos;
las dos manos del hombre: la gran mano
izquierda, la gran mano derecha.
Machacadas en óxido. La sangre
se espesó con el aire. Lo llevaron.

Si nos vemos, amigo, hay que beber a la salud del hierro.
Llevaré hasta tu boca el vaso con el vino
y, cuando tú sientas que bebes con mis manos,
tú comprenderás que no estás manco en el mundo.

Yo te aseguro que cuando venga lo que vendrá
nadie va a llorar por sus viejas manos atadas.
Y además yo ya no tendré
que estar triste por ti. Va a ser entonces
cuando vas de verdad a tener manos.

                    *****

Antonio Gamoneda
Blues Castellano

martes, 4 de marzo de 2014

BEGOÑA ABAD - LA MEDIDA DE MI MADRE - POEMAS



Mi padre, a estas alturas,
escribe sus memorias
y yo pienso que cuando falte
no querré leerlas
por si acaso descubro
que no nos hemos conocido nunca.

          *****

No sé si te lo he dicho:
mi madre es pequeña
y tiene que ponerse de puntillas
para besarme.
Hace años yo me empinaba,
supongo, para robarle un beso.
Nos hemos pasado la vida
estirándonos y agachándonos
para buscar la medida exacta 
donde poder querernos.

           *****

Mi madre no recuerda el nombre se su madre.
Ha olvidado el camino de regreso a la vida,
no sabe usar el peine, ni la cuchara,
se pone, casi siempre, la chaqueta al revés
y revuelve los cajones en su memoria,
pero siempre sonríe al escuchar mi nombre.

Mi madre no recuerda si tuvo algún amante,
si ha viajado muy lejos, si ha perdido algún tren,
dónde están sus anillos, si alguna vez fue guapa,
que le gustaba tanto el Chinchón y el café,
que las letras unidas tienen significado
y que el perro que amaba nos dejó ya hace un mes.

Mi madre me recuerda, sin amargura,
lo que yo he olvidado tan tontamente,
la oración de su abuela que me dormía
las canciones de cuna que me cantaba,
y unas romanzas moras que, en letanía,
desgrana mirando por la ventana.

Mi madre y yo sujetamos recuerdos olvidados
como podemos, a veces con dolor,
otras con risas, siempre con esperanza.

             *****

Sin acto de amor que me conciba,
sin madre que me espere,
sin saber para qué,
sigo empeñada en nacer
a cualquier hora,
de cualquier manera,
por olvidarme de los días
en los que nacía muerta
o en los que me moría
de a poquitos silenciosos.
Nacerme a cada paso
aunque sea de nalgas
y con dos vueltas de cordón 
enrollado en el alma,
nacerme y respirarte...

             *****

Quiero que me comprendas,
abro el baúl de las palabras,
busco las que aprendiste de niño,
las más sencillas, las de diario,
¿recuerdas? "Mi mamá me ama".

              *****

La mano hábil desbroza,
sabia con los años
se mueve con destreza.
Arranca sin remisión 
las peores hierbas.
Vuelve a repasar,
surco a surco,
titubea, se detiene, duda,
pero vuelve a desbrozar.
Teme haber arrancado,
en alguna ocasión,
un brote delicado que no vio,
que no reconoció,
porque el cansancio ciega.
Regresa, cada día más sabia,
al surco que conoce,
camina por él,
observa más despacio
y a la destreza,
a la sabiduría,
añade ahora la piedad.

         *****



Me preñaste de palabras
ojalá los hijos que nazcan
tengan tus ojos, tu mirada.
El abultado vientre se parece
a un globo terráqueo
en el que habitarán
los poemas que tú me escribiste.
Continuo caminando,
he decidido seguirte,
me transformo en tu sombra,
una sombra de abultado vientre
que rompa las leyes de la física.
He decidido que el hijo que nazca
compita sólo en el arte de amar
y le pondré tu nombre
y he decidido que inventaré un mundo,
un lugar con sol y agua,
sonde reine el silencio,
donde pueda llevarte conmigo
sin que nadie nos mire.
Cuando nazca lo hará entre dos luces,
la tuya y la mía,
entre dos brazos,
entre líneas,
intercalado,
entre besos
y versos.
Preñada de palabras me tienes.


Begoña Abad
La medida de mi madre
Olifante Ediciones de Poesía

sábado, 1 de marzo de 2014

FRANCISCO JAVIER IRAZOKI - RETRATO DE UN HILO



GREGAL ÍNTIMO

En el metro, en el mercado,
en los pasillos de los hospitales,
veo que pasa delante de mí,
sin repetirse,
una cadena de hombres.

Se descuelgan de mi mente,
no me miran, se alejan,
y sus ausencias son las estrías y arrugas 
de mi rostro.

         *****

NUBLO

Parece el bullicio de una fiesta
o de un acto político.
En medio de la algazara,
una mujer joven camina
con su hijo de tres años.

La madre y el niño se transforman
en dos piedras firmes
sujetas al centro de un río
cuyas aguas son rostros
y cuerpos veloces.

Súbitamente,
la madre refleja sobre la cara de su hijo
la vejez de los viandantes.
Ve la rápida corriente de arrugas
que discurre hacia una piel tersa.

La mujer lleva de la mano el pozo que ha creado
y a él se asoma para contemplarse.

           ^^^^^

PIANISTA INMÓVIL

Negra y joven,
la pianista descree de la palabra,
que es una cárcel para su música.

Desde el fondo de la clase
ha emitido un suave retumbo de bosque,
un silbo caliente
que respiramos.

Los sonidos de la pianista
borran los signos
que el profesor escribe 
en la pizarra.

Su pasión es la fuente 
de alguna parálisis.

Nos despedimos
y ella se queda tendida sobre unas tablas,
inmovilizada por el deseo,
mientras la ceniza del cielo da otra vuelta en sus ojos.

            *****

DEL TERROR

El edificio ha absorbido
la hosquedad del cielo.

Sus habitantes perdieron la paz.
A una hora inesperada del día,
son acosados por los sonidos de una pareja
que se ama con ardor.

Los vecinos desconocen
los rostros de los amantes y el lugar
de donde proceden sus gemidos,
pero se comunican el daño
que les inflige esa música tirante
–de res colgada
de un gancho de éxtasis–,
perturbadora para quienes rastrean el placer
e ignoran con qué secreto
nacen las voces de su trastorno.

             ^^^^^

MIGUEL DE CERVANTES VIAJA A SUS DOS ESPEJOS

En el primer espejo,
el imperio español es un pavo real
que cubre un paisaje de mendigos, matasietes
e hidalgos de gotera.
En sus plazas, el cadalso de la Inquisición
como único quiosco de música.

Ahí caminan el bisabuelo pañero,
la abuela y su familia de sangradores,
el abuelo con tres mozos de cuerda,
el padre sordo que ama la viola y los caballos.

Detrás vienen las hermanas,
domadoras de escribanos y genoveses relamidos,
el pueblo fisgador,
la paciente Catalina.

El militar lisiado los mira desde su ventana
y bebe unos sorbos de aguapié
mientras afila el palo de la melancolía.

Al segundo espejo llega la muchedumbre
que es cualquier hombre:
un niño que lee
los papeles rotos de la calle,
el joven que hiere a un maestro de obras,
el soldado con frascos de pólvora, bolsas de balas
y demás utensilios de poeta,
el cautivo ante el que ahorcan a un jardinero.

También acude el que pesa la cebada clerical,
ése que juega a los naipes
y a las excomuniones,
el que se acuesta en las cárceles
y cuyas páginas aprisiona
el libro de un suplantador.

Ve en los dos cristales su edad oscurecida.

Para ir de un espejo a otro
cruza un lugar innombrable.


Francisco Javier Irazoki
Retrato de un hilo
Poesía Hiperión.